En todo hay cierta, inevitable muerte; mas yo, ¡milagro nunca visto! vivo celoso, ausente, desdeñado y cierto de las sospechas que me tienen muerto: y en el olvido en quien mi fuego avivo.

Y entre tantos tormentos, nunca alcanza mi vista a ver en sombra a la esperanza; ni yo desesperado la procuro, antes por extremarme en mi querella, estar sin ella eternamente juro. ¿Puédese por ventura en un instante esperar y temer, o es bien hacello, siendo las causas del temor más ciertas? ¿Tengo, si el duro celo está delante, de cerrar estos ojos, si he de vello por mil heridas en el alma abiertas? ¿Quién no abrirá de par en par las puertas a la desconfianza, cuando mira descubierto el desdén, y las sospechas ¡Oh amarga conversión! verdades hechas, y la limpia verdad vuelta en mentira?


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