Darásela el rey de muy buen talante, y el caballero le besará cortésmente las manos por la merced que le face: y aquella noche se despedirá de su señora la infanta por las rejas de un jardín en que cae el aposento donde ella duerme, por las cuales otras muchas veces la habrá fablado, siendo medianera y sabidora de todo una doncella de quien la infanta mucho se fía. Suspirará él, desmayaráse ella, traerá agua la doncella, acuitaráse mucho, porque viene la mañana y no querría que fuesen descubiertos por la honra de su señora; finalmente la infanta volverá en sí y dará sus blancas manos por la reja al caballero, el cual se las besará mil y mil veces, y se las bañará en lágrimas: quedará concertado entre los dos del modo que se han de hacer saber sus buenos o malos sucesos, y rogarále la princesa que se detenga lo menos que pudiere. Prometérselo ha él con mucho juramentos; tórnale a besar las manos, y despídese con tanto sentimiento, que estará poco para acabar la vida; vase desde allí a su aposento, échase sobre su lecho, no puede dormir del dolor de la partida; madruga muy de mañana, vase a despedir del rey, y de la reina, y de la infanta, diciéndole (habiéndose despedido de los dos) que la señora infanta está mal dispuesta, y que no puede recibir visita. Piensa el caballero, que es de pena de su partida, traspásasele el corazón, y falta poco de no dar indicio manifiesto de su pena: está la doncella medianera delante, halo de notar todo, váselo a decir a su señora, la cual la recibe con lágrimas, y le dice que una de las mayores penas que tiene es no saber quién sea su caballero, y si es de linaje de reyes o no: asegura la doncella que no puede caber tanta cortesía, gentileza y valentía como la de su caballero sino en sujeto real y grave.


[seguir] [índex]