Hecho esto, almorzaron de las sobras del real que del acémila despojaron, bebieron del agua del arroyo de los batanes, sin volver la cara a mirallos; tal era el aborrecimiento que les tenían por el miedo en que les habían puesto, y cortada la cólera, y aún la melancolía, subieron a caballo, y sin tomar determinado camino (por ser de muy caballeros andantes el no tomar ninguno cierto) se pusieron a caminar por donde la voluntad de Rocinante quiso, que se llevaba tras sí la de su amo, y aún la del asno, que siempre le seguía por donde quiera que guiaba en buen amor y compañía. Con todo esto volvieron al camino real, y siguieron por él a la ventura sin otro designio alguno.
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