Es pues, el caso, que el yelmo, y el caballo y caballero que Don Quijote veía, era esto que en aquel contorno había dos lugares, el uno tan pequeño que no tenía ni botica ni barbero, y el otro, que estaba junto a él, sí, y así el barbero del mayor servía al menor, en el cual tuvo necesidad un enfermo de sangrarse, y otro de hacerse la barba, para lo cual venía el barbero, y traía una bacía de azofar; y quiso la suerte que al tiempo que venía comenzó a llover, y por que no se le manchase el sombrero, que debía de ser nuevo, se puso la bacía sobre la cabeza, y como estaba limpia, desde media legua relumbraba. Venía sobre un asno pardo, como Sancho dijo, esta fue la ocasión que a Don Quijote le pareció caballo rucio rodado, y caballero, y yelmo de oro; que todas las cosas que veía con mucha facilidad las acomodaba a sus desvariadas caballerías y mal andantes pensamientos: y cuando él vio que el pobre caballero llegaba cerca, sin ponerse con él en razones, a todo correr de Rocinante, le enristró con el lanzón bajo llevando intención de pasarle de parte a parte; mas cuando a él llegaba, sin detener la furia de su carrera, le dijo: Defiéndete, cautiva criatura, o entrégame de tu voluntad lo que con tanta razón se me debe.


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