Llegó en ésto una peladilla de arroyo, y dándole en un lado, le sepultó dos costillas en el cuerpo. Viéndose tan maltrecho, creyó sin duda que estaba muerto o mal ferido, y acordándose de su licor, sacó su alcuza, y púsosela a la boca, y comenzó a echar licor en el estomago; mas antes que acabase de envasar lo que a él le parecía que era bastante llegó otra almendra, y dióle en la mano y en la alcuza tan de lleno, que se la hizo pedazos, llevándole de camino tres o cuatro dientes y muelas de la boca, y machucándole malamente dos dedos de la mano.


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