Estábanle mirando todos cuanto había en la venta, que pasaban de más de veinte personas; mirábale también la hija del ventero; y él también no quitaba los ojos della, y de cuando en cuando arrojaba un suspiro, que parecía que le arrancaba de lo profundo de sus entrañas, y todos pensaban que debía de ser del dolor que sentía en las costillas, a lo menos pensábanlo aquellos que la noche antes le habían visto bizmar. Ya que estuvieron los dos a caballo, puesto a la puerta de la venta llamó al ventero, y con voz muy reposada y grave le dijo: Muchas y muy grandes son las mercedes, señor alcaide, que en este vuestro castillo he recibido, y quedó obligadísimo a agradecéroslas todos los días de mi vida; si os las puedo pagar en haceros vengado de algún soberbio que os haya fecho algún agravio, sabed que mi oficio no es otro sino valer a los que poco pueden, vengar a los que reciben tuertos, y castigar alevosías; recorred vuestra memoria, y si hallais alguna cosa de este jaez que encomendarme, no hay sino decilla, que yo os prometo por la orden de caballería que recibí, de faceros satisfecho y pagado a toda vuestra voluntad.


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