Motivos de modificación de la Constitución del 1978

No es de estrañar que los que hicieron campaña contra la Constitución de 1978 la consideren tan inamovible como los Principios Fundamentales de su Movimiento: para ellos la Transición acaba en esta Constitución y no están dispuestos a un mayor grado de democratización; en cambio, la mayoría de los que hicieron campaña a favor veían dicha Constitución como el punto de partida de una democratización progresiva que se fue produciendo lentamente hasta que el 23-F fracasó en la forma pero triunfó en el fondo y inició la marcha atrás con LOAPAs incluídas.

¿Resulta razonable pensar que las naciones españolas, que no han vivido en democracia ni un cinco por ciento de los 200 años anteriores, consiguen a la primera una Constitución tan extremamente perfecta que, a diferencia de las de todos los países con larga tradición democrática, no necesita modificaciones?

Sin necesidad de ir a la hemeroteca a recopilar los motivos de queja sobre las imperfecciones de la Constitución, rápidamente se puede ver que, en general, se podría modificar para



Desde una óptica españolista, siguen sin resolver las cuestiones vasca y catalana y se observan fenómenos preocupantes en Valencia, Baleares y Galicia, por lo menos. Desde todas las demás ópticas, el problema que sigue sin resolverse es el del hegemonismo de los países de habla castellana, el expansionismo de la nacionalidad castellana, que en lugar de llamar la Gran Castilla a su sueño de país uniformemente castellano le llama España, pero una España que en su visión endofóbica sigue siendo, ante todo, “una”. Por ello, respecto a la cuestión nacional y lingüística, hay que modificar la Constitución de 1978 para

Hay, finalmente, un motivo demográfico para, si no revisar, sí por lo menos someter a un sano debate democráctico la Constitución de 1978: por respeto a los que se han incorporado al censo después de 1978, que pronto serán la mayoría del censo:





La gráfica precedente es una estimación por dos motivos: a) el secreto de voto impide saber quién sigue en el censo de los que votaron cada una de las opciones; b) los datos disponibles no son tan precisos como sería de desear. Los datos conocidos en que nos basamos son:

15706078

votaron sí en 1978

2077223

votaron no, en blanco o nulo

8848879

se abstuvieron

17783301

participaron en el referéndum

26632180

formaban el censo de 1978

33216868

forman el censo del 2001

15423325

han nacido entre 1960 y 1983 (no pudieron votar)

15896606

miembros del censo a finales del 2002 que no votaron el 1978

7814916

han muerto entre 1979 y 2001

Ello nos da que de cada tres miembros del censo actual, uno votó sí en 1978, los otros dos, o no estaban o se abstuvieron o votaron contra; ello en el supuesto de que ninguna de las personas que votaron sí en 1978 haya muerto. Los que no estaban eran menores de 18 años (el decreto RCL 1978\2494 de 16-11-1978, que entró en vigor el 17-11-1978, rebajó la mayoría de edad a los 18 años)

En cambio, con una estimación adecuada de la repercusión de los decesos posteriores a 1978 en la proporción del electorado, obtenemos que sólo uno de cada cuatro miembros del censo actual votaron sí en 1978:



Hay que tener en cuenta que la estimación precendente se ha basado en que, según datos del 2000, la mortalidad en la franja 18-42 años es del 4,2%, mientras que es del 94,9% (95,8% si excluímos los menores de 18 años) entre los de más de 42 años. Para ello se han usado los datos del INE y se han analizado sus eventuales anomalías:


La gráfica que sigue (decesos según edad ocurridos en el año 2000) presenta una campana guassiana lógicamente balanceada a la derecha (parte superior), con una anomalía en la franja entre 77 y 87 años, que no afecta a nuestra estimación. A pesar de ello, hemos ampliado estos datos con los de los decesos ocurridos en 1998 y 1999, centrándonos en la franja superior a 60. En la gráfica “Defunciones por año de deceso” se observa que la anomalía se manifiesta con un desplazamiento; la gráfica “Defunciones según año de nacimiento” mejora nuestra percepción de que la anomalía en la curva debe de tener una causa objetiva, cosa que percibimos mejor en la siguiente que acumula las defunciones del período 1998 a 2000: la anomalía se localiza entre 1913 y 1920, siendo los nacidos en este último año los integrantes de la famosa “Quinta del biberón”, los últimos reclutas forzosos de la Guerra civil.

En resumen, dicha anomalía no es de los datos estadísticos sinó el reflejo estadístico de una anomalía demográfica perfectamente documentada (hasta que se borre de la memoria histórica con el incendio fortuíto que pronto habrá en el Archivo de la Guerra Civil de Salamanca)






Concluiré este apartado con la idea de que, además de modificar la Constitución, hay que convertirla en tema de debate, como apunta un antiguo miembro del TC:

Hi ha encara un últim motiu de fons, que també he comentat abans, per fomentar el debat constitucional: les constitucions, per poder acomplir les seves funcions, necessiten una cultura constitucional arrelada a la societat; una cultura que avui en gran mesura a casa nostra encara ens manca, per diverses raons que ara no ve al cas analitzar. Pensem, per exemple, en com estan encara de poc assumits valors tan fonamentals com el pluralisme o la diversitat; en la poca consideració dels poders públics envers els mecanismes de control; en el clar menyspreu de les més elementals exigències d’un principi tan irrenunciable com el de la separació de poders; en l’acceptació com a normal de pràctiques col·lusòries entre poders mediàtics, polítics i econòmics; en la confusió entre el que és públic i el que és privat; en la manca de sentit institucional que s’observa en alguns casos en el reclutament de les persones que ocupen càrrecs públics i en la manca de sentit institucional d’algunes de les persones que ocupen aquests càrrecs; en la manca de lleialtat constitucional, que en part va analitzar el professor Albert Calsamiglia en el seu últim llibre; en la utilització del terme constitucionalista, aplicat als partits polítics, com a arma política; en el tractament paternalista dels governants, en la desinformació en què es manté els governats i en l’allunyament conscient i decidit dels ciutadans de la cosa pública. El debat constitucional pot ser, doncs, un bon instrument per reforçar la cultura constitucional. (Viver2002)